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«Nuestro» lutier.

 

 Aquí os dejo el último artículo que se ha publicado sobre Roberto Jardón Rico.

Ahora mismo está en República Dominicana enseñando su maestría por tierras americanas. Me han chivado que a la presentación del curso de lutería va a ir hasta la viceministra de cultura. Suerte Roberto. ¡¡¡ «Maeztro», qué grande eres !!!.

Os adjunto al mismo tiempo el enlace en el que aparece la noticia. Para los que no le conocéis en persona deciros que aparece una fotografía. Mas que nada para tengáis la posibilidad de poner rostro a la persona que muchas veces os atiende por teléfono.

http://www.elcomercio.es/v/20111002/aviles/trabajo-construir-musica-20111002.html

 

El trabajo de construir la música
02.10.11

   Jardón Rico es el único luthier de la comarca avilesina, desde donde ha logrado prestigio nacional con los instrumentos de arco de su taller.

   El estudio del luthier Roberto Jardón Rico, situado en pleno casco histórico de Avilés, es uno de esos sitios donde parece que el tiempo viaja hacia atrás. Hacia una época en que el ritmo vital iba a otro paso y las cosas del día a día se medían por otras escalas. Ni mejor ni peor, seguramente, pero sin duda distinto en muchos aspectos casi todo lo que hoy se tercia en nuestro mundo.

   En realidad, lo de Roberto ha discurrido desde el principio por otros derroteros. Licenciado en Filosofía, este avilesino nacido en 1969 y con raíces en Boal, nunca ha ejercido la docencia ni tampoco la escritura de tratados sobre metafísica, ética o lógica. En otra pirueta del destino, se dedica en cuerpo y alma desde 2002 a construir violines, violas, chelos y contrabajos, «gracias a las enseñanzas de mi maestro Pavel Schudtz» y no concibe su profesión para hacerse rico ni famoso. Aunque el hecho es que su nombre es célebre entre instrumentistas y orquestas sinfónicas de toda España, por lo que se puede decir sin lugar a dudas que ha triunfado.

   Siempre, eso sí, desde un silencioso quehacer diario, fabricando instrumentos «por pasión y porque es lo que me hace feliz», afirma con una mezcla de timidez y simpatía. Además, como otra muestra de su forma de hacer, cuenta todo sin parar de manipular una banda de madera con una horquilla, mientras la mide y la calibra una y otra vez para que, en el futuro, se convierta en parte de un violín que destilará música.

   Pero estábamos en que Jardón Rico -así se hacer llamar, obviando su nombre de pila- no sigue la corriente. Sus recuerdos musicales le remiten a finales de los años 70 y principios de los 80, una etapa en que lo que imperaba era el pop desenfadado y el rock urbano. Pero él se hizo a sí mismo como melómano atendiendo a estilos más antiguos, desde los boleros a la ópera, que en plena era de la ‘movida madrileña’ cotizaban a la baja. «Aquella era una época mala para la música clásica, aunque Avilés siempre ha sido una excepción en este sentido, gracias al Conservatorio Julián Orbón», matiza.
Sus preferencias actuales tienden «al jazz y a compositores impresionistas como Debussy», pero tiene una lógica querencia por la de la época de esplendor de los instrumentos de cuerda y arco. En concreto, todos los géneros que rondan el Renacimiento y el Barroco, con autores como Vivaldi, Bach, Rameau o Purcell, que elevaron estos instrumentos a la categoría de ‘totems’ de la más sonora de las artes, suponen uno de los pilares de su trabajo.
  

   En esto último, Roberto Jardón lleva ventaja. No sólo repara y construye los instrumentos que algún día sonarán en cualquier escenario de España o de Europa, sino que también ejerce la labor docente de la ‘luthería’ en cursos de universidades y conservatorios sobre todo lo que toca a esta disciplina. Y al decir ‘todo’, la palabra se refiere «a la madera, al diseño, a las propiedades acústicas, a la respuesta a estímulos físicos y ambientales, a la comodidad en la ejecución…».
Ingeniería
  

   Entonces, ¿podemos decir que construir un violín o similar es algo así como hacer un mecanismo de relojería? «Yo más bien lo veo, sin que suene pretencioso, como un trabajo de ingeniería estructural», responde con humor. Y comienza a relatar, siempre didáctico, cómo funciona un aparato que mide la intensidad de las señales sonoras para ver en qué parte de la pieza hay que ‘operar’.

   Con todo, el ritmo de producción del luthier «es de cinco o seis instrumentos al año». Pueden parecer pocos, pero indica convencido que «un instrumento bien fabricado, como un buen músico, nunca suena igual que otro, tiene su personalidad y requiere mucho tiempo y dedicación». En ello se afana el artesano, para que cada ‘Jardón’ que sale de su estudio «sea único, pero siempre clásico».
Este último aserto se refleja en su meticulosidad y fidelidad a unos parámetros bien trazados y delimitados. Para demostrarlo, ha llegado a rechazar peticiones que se salgan del canon, como el año pasado, en que rehusó pintar de negro «un violín precioso que me trajeron, hacer eso me parecía una barbaridad», relata entre el pundonor y el respeto a la tradición. Pero siempre con ese tono afable y cercano que le ha hecho un nada desdeñable círculo de amistades en el mundillo de las orquestas y conservatorios. Un ambiente a menudo asociado al divismo y a la complacencia, que él soslaya diciendo que es «como todos los ámbitos de la vida, realmente».
  

   En todo caso, trabajo no le falta. Entre sus clientes tiene a varios ‘primeros espadas’ de las orquestas más prestigiosas de España. En Asturias, la OSPA le tiene siempre cerca, pero él rehusa dar nombres concretos de virtuosos que poseen alguna de sus ‘criaturas’. Secreto profesional o timidez, las fotos que ilustran su taller, con músicos de postín de visita en esas cuatro paredes llenas de artefactos sonoros, testifican que Jardón Rico es algo más que el típico vecino del tercero.

   ¿Y cuál sería el mayor sueño para este artesano que, a la chita callando, se ha convertido en un luthier cotizado?. «Hace años conocí a Stephane Grapelli», relata. «Me hubiese gustado que tocase cualquiera de estos violines que hay aquí». Ya no será posible, porque el ilustre francés falleció en 1997. Pero Roberto Jardón, el único constructor de instrumentos de arco que hay en Avilés y uno de los cinco que hay en Asturias, sabe que «ya habrá oportunidad de acercarse a algún otro mito». Mientras tanto, «seguiremos trabajando en esto mientras podamos», concluye con su eterna sonrisa.

 

 

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